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posible pensar en tales favores. Todo menos .ayu– darle ellos. Mas he aquí que una circunstancia inesperada se les atraviesa en el camino, y de ella se aprovechan para· aligerar algún tanto el paso. De vuelta del campo, donde ha estado ocupado en sus faenas agrícolas, está un tal Simón, a quien llaman de Cirene. Picado de curiosidad, pues ignora lo que sucede, se acerca a la comitiva, y ve a Jesús en tan lamen..; table estado, y se compadece de él. ¿Qué corazón desapasionado no hubiera hecho otro tanto? Y ésa fué, precisamente, la ocasión para echar mano de Simón y de obligarle a llevar la cruz del Salvador. No podía hacer resistencia; hubiera sido inútil. Aquel interés que mostró por el reo, aquella curiosidad en acercarse a su lado, ¿no demostraban que era de los suyos? ... Y si no lo era, daba lo mismo. Por la fuerza había de cumplir la orden de los soldados. Y a la fuerza la cumplió. No le quedó más reme– dio que cargar con la cruz y caminar al lado del Nazareno. ¿Se dió cuenta el Cirineo de la carga que sobre sus hombros llevaba? ¿comprendió que aqllel ma– dero dejaba de ser el patíbulo infame, y que en adelante sería árbol de bendición, insignia gloriosa parn los seguidores de Cristo? Algo extraordinario debió de pasar por. él, pues si repugnó en un principio llevar la cruz, luego caminó con ella satisfecho, alegre y muy contento. Tal vez al cargarla sobre sus hombros experi– mentara la virtud extraordinaria en ella encerrada; tal vez en sus oídos resonaran en aquel entonces las palabras del que dijo: <<Si alguno quiere venir 111

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