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Juraron inmolarle con desatino fiero; verter la sangre toda del místico Cordero, cegado por el odio, por la pasión soez. Por eso hacia el Calvario . camina la Inocencia y un pueblo tumultuario, desnudo de clemencia, la insulta y acocea con torpe avilantez. ¡ Qué camino tan triste! i qué procesión tan lúgu– bre! Marcha Jesús trabajosamente, fatigado y jade– ante, cayendo y levantándose. Y cuando los prínci– pes de los sacerdotes· y los grandes del pueblo quieren que apure el paso, porque no ven la hora de colgarlo de la cruz, entonces el viaje se inte– rrumpe más,. pues el reo desfallece en el camino. Curiosas las muchedumbres, se agolpan en torno al sentenciado para verlo bien de cerca, y hasta los más atrevidos, que nunca faltan en tales ocasiones, se ensañan en su persona, lo insultan, se burlan de él. Por entre aquel mar inmenso de cabezas humanas sobresalen los cabos de las tres cruces, que llevan los reos, y que avanzan muy despacio. Jesús cae una, dos, tres, muchas veces. Temen, y con razón, sus enemigos que muera en el camino. Pero, ¿qué hacer? ¿aliviarle el peso? ¿ayudarle a llevar la cruz? Buenos estaban ellos para compa– decerse del reo, y de un reo al que tanto odio tenían y al que sólo deseaban ver en cruz. No era 110

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