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XX EL CIRINEO Agotado estaba Jesús; dolorido y sin fuerzas. Tan débil, que apenas podía tenerse en pie. Y el caso no era para menos, dadas las circuns– tancias dolorosas por las que pasó durante la noche anterior, y los tormentos a que fué sometido por los verdugos y sayones. En el huerto de Getsemaní congojas, angustias, ansias de muerte lo asediaron por todas partes, hasta hacerlo derramar copioso raudal de sangre por todos los poros de su cuerpo. Realmente, cuando terminó la prolongada oración parecía un cadáver ambulante; su rostro tenía la palidez de la muerte. Después de tan grandes conjogas y mortales angustias, se sucedió el prendimiento. Maniatado fué conducido, entre golpes brutales, a la presencia de Anás y Caifás. Cuando terminó el interrogatorio primero, dejaron a Jesús durante toda la noche en poder de los verdugos sin entrañas y sin compa– sión, quienes lo hicieron el blanco de las burlas más groseras, sin deia.rle reposar un solo momento. Muy de mañana se reúne el Sanedrín para con– ducirlo ante Pilatos. Entre estas idas y venidas pasa gran parte de tiempo, y Jesús va sintiendo cada vez más agota– das sus fuerzas. Los interrogatorios se suceden unos a otros, sin que en ninguno de ellos se encuentre nada digno de castigo en Jesús. Se le somete al tormento de la 108

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