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compadecerle o llevarle algún alivio, so pena de caer en la ·indignación del populacho. ¿Qué se han hecho ahora todos los amigos del Nazareno'? ¿Dónde están las muchedumbres que hace pocos días lo recibieron en triunfo al entrar en Jer.usalén? Los galileos esforzados y entusiastas ¿qué se han hecho? Pero he aquí que entre tanto abandono y soledad, cuando no oye el reo más que insultos y burlas, de una de las casas vecinas sale veloz como el relám– pago una mujer noble, distinguida, y rompiendo por entre los soldados, y atravesando el cordón que formaban los sayones, se acerca a Jesús, y ante su presencia se arrodilla. El estupor que causó aquella escena, al ver a aquella mujer arrodillada ante el famoso reo, no es para descrito. Los soldados la miraron, sin acabar de explicarse el hecho. Los sayones ni se atrevieron a echarle mano. Unos y otros no fueron capaces de pro– nunciar una sola palabra por el estupor y el asombro. En un abrir y cerrar de ojos comenzó y terminó su obra compasiva la piadosa Verónica. Arráncase la toca, y con ella enjuga el rostro de Jesús. Las muchedumbres, llenas de asombro, protes– taron del hecho. Cuando quisieron reaccionar, la mujer buena ya había desaparecido. ¿Qué le importa a ella la opinión de los hómbres y el qué dirá el vulgo ignorante? Acaba de cumplir con un deber que le reclamaba la conciencia, y está satisfecha de su obra. Con sumo cuidado dobla la toca, y se retira a su casa, anegados los ojos en lágrimas. fia visto muy de cerca a .Jesús y está horrorizada. 106
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