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gue el paso. Tienen prisa para crucificarlo cuanto antes. Jesús no puede más; Está desfallecido. La cruz es muy larga, muy pesada. Aquel rostro divino, aquella faz augusta, que es el resplandor de los cielos y la alegría de la tierra, donde se mira, como en nítido espejo, el Eterno Padre, y que embelesados contemplan los ángeles; aquel rostro está completamente desfigurado. Cual– quiera que lo vea no lo conoce. Aquel rostro del más hermoso de los hijos de los hombres, iay! icómo está! Cubierto de sangre coagulada, de saliva, de sudor, de polvo. La sangre le corre por la cabeza y la barba; la sangre le ha cubierto los ojos. Aquello no parece figura humana. Es el desecho de los hombres, sobre el que han caído todas las maldiciones de los mortales, todas las maldiciones que el Eterno lanzó sobre la humanidad prevarica– dora. Está desfallecido; completamente desfigurado; horriblemente atormentado. Ya lo había dicho el Profeta: «Desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza no hay en él cosa alguna sana, sino heridas y cardenales, y llaga corrompida que no ha sido curada, ni vendada, ni suavizada con bálsamo.» ' La triste comitiva continuaba su camino a paso lento hacia el Calvario. El famoso reo marcha incli– nado, oprimido por el peso enorme de la cruz; en medio de un piquete de soldados; rodeado de los sayones, que a fuerza de golpes tratan de hacerlo caminar más a prisa. Y no puede.... Nadie puede acercarse a él; mucho menos para 105
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