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dura se impone con todos sus horrores. El cuadro no podía ser más tétrico. Pintado estaba con san:. g:re divina, no sobre el lienzo, sino sobre el cuerpo de su mismo liUo, y sobre su alma de madre. No se hablaron la Madre y el tlUo. Tan sólo se miraron. Pero en aquella mirada, i cuántas cosas se dije.:. ron! ¡ Qué bien se entendieron con el lenguaje de los ojos! i Qué elocuente es a veces este lenguaje, y cuán persuasivo al corazón! · Jesús, al pasar iúnto a la Madre, no pudo de– tenerse. No podía hacerlo sin comprometerla. Siguió su camino de la vía dolorosa. La Madre iba en pos de Él, acompañándolo en espíritu. Aquellas palabras: «Si alguno quiere venir eh pos de mí, tome su cruz y sígame», estaba poniéndolas en práctica María al pie de la letra en aquellos momentos amargos. · Seguía a Jesús con la cruz a cuestas, y muy de cerca, para ser con Él inmolada, sacrificada. La cruz del tlijo, cuán larga era; y muy larga y pesada era también la de la Madre. Es. la condición de cuantos quieren de veras se– guir a Jesús, no por el camino que al Tabor con– duce, sino por la vía dolorosa que termina en el Calvario. Seguirle con la cruz a cuestas, de}ando en el camino un reguero de sangre, y entre las zarzas pedazos del vestido, pedazos de carne. Pues no ha de ser mej la suerte del discípulo, · que lo fué la del :f ~i a mí han per- seguido, a vosot lb irán; y si a mí me han entreg la muerte, a vosotros tamb· de cruz.» 101
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