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XVIII EL ENCUENTRO Por las estrechas calles de la ciudad de Jeru– salén serpenteaba una inmensa muchedumbre la mañana del Viernes Santo, del primer Viernes Santo. Agitación insólita, movimiento desacostumbrado se notaba en todas partes, y mucho más en los espíritus de sus moradores y de cuantos habían acudido a las solemnidades de la Pascua. ·¿Serán acaso los peregrinos que llegan a 1.a cele– bración de las grandes solemnidades• de aquellos días? ¿Serán los extranjeros que buscan alojamiento en la ciudad patriarcal, en casa de algún pariente, de los amigos, de los antiguos conocidos? ¿,Tal vez los jefes de familia, que quieren tomar lµgar para el sacrificio del cordero pascual, son los que corren por las calles en dirección al grandioso templo? · · Equivocadas son todas esas sospechas, vanas resultan también tantas cábalas. El pueblo jerosoli– mitano acostumbrado está a ver tan pintorescas escenas, que se repiten con frecuencia y todos los años en .los días de la gran solemnidad pascual. Sobre todo, las tiendas de campaña, colocadas a las afueras de la ciudad, hacen que nadie se pre– ocupe por buscar habitación en las casas de los parientes o amigos. Este año algo extraordinario ocurre en Jerusalén, que pone en movimiento a los mismos pacíficos 7 Madridanos, Cristo paciente 97
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