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Por causa de nuestras iniquidades fué él llagado, Y despedazado por nuestras maldades; el castigo de que debía nacer nuestra paz con Dios, descargó sobre él, y con sus cardenales fuimos nosotros cura– dos>~ (Isaías LIII, 3-5). i Ay l a qué éstado tan lamentable ha sido redu– cido el hombre por excelencia, el prototipo del hom– bre; el único hombre digno de comparecer con la frente limpia ante la Majestad de Dios. También los ángeles se avergonzaron al verlo y sentirían estremecimiento y compasión, llorando de pena, adorando aquella figura desfigurada, que ellos contemplaron extasiados en la gruta de Belen años antes. Se compadece el Gobernador romano de él, y lo presenta ante la muchedumbre para ver si se da por satisfecha con la horrible carnicería que los tormentos han hecho en su cuerpo; pero a la vista de aquella víctima vuelven los gritos estentóreos; voces que más parecen bramidos de fieras heridas por la flecha del cazador. Lo que entonces pasó en la plaza contigua al Pretorio, no tiene nombre. Pué una escena de ver– dadero salvajismo, de crueldad inaudita, de em– briaguez de odio satánico. Todos a una voz, formando coro infernal,. gri– taron: -- i Crucifícalo! i Crucifícalo! - Estaban ciegos por la ira, borrachos de indigna– ción. Estaban fuera de sí; la pasión los cegó de tal manera, que ya no veían, ni se daban cuenta del espectáculo sangriento que ante sus ojos se des– arrollaba. Estaban como poseídos de un espíritu infernal.... Y como Pilatos se declarase inocente en aquel 95
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