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llevaban pinchos de acero y bolas de plomo. Lo azotaron sin compasión, hasta que se cansaron los verdugos, renovándose una, dos, tres, varias veces. Aquel cuerpo inocente, delicado, purísimo, blanco como la leche, quedó hecho una pura llaga, rojo como una amapola, amoratado como una violeta. Después lo tomaron por su cuenta los verdugos, y volvieron a las burlas, y reanudaron los sarcas– mos. Era su ocupación favorita: burlarse de Jesús. Pues, ¿no ha dicho ese hombre que es rey? Sí, en distintas ocasiones lo ha dicho al pueblo; y el pueblo, inocente y crédulo, le hizo caso. Hace no más cinco días que todos lo aclamaban rey; y él callaba, como. dando su asentimiento. Si así es, si es rey, coronérnoslo; pongamos en su mano el cetro de mando, cubramos sus espaldas con púrpura real. Y luego vendrán los obsequios, los homenajes, los saludos y adoraciones. i Vaya rey original que vamos a colocar en el trono! Ya tene-– mos diversión para rato. Y esto. diciendo aquéllos, aprovechados discípu– los de Satán, arman una corona, una corona de punzantes espinas, y la colocan en la cabeza de Jesús, la aprietan fuertemente, para que no se le caiga. Ponen en sus manos una caña por cetro, y echan sobre sus hombros una ·púrpura vieja, sucia y rota, que por casualidad encontraron en un rincón de la casa. ·Y pasando delante de él, doblaban la rodilla. y lo saludaban burlonamente. Llega Pilatos a la mitad de la fiesta. Contempla la escena, siente un movimiento de repulsión. Se estremece de horror. Cualquiera que no tuviese corazón de fiera y 92
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