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Y como sucede en tales ocasiones, a fuerza de gritos trataron de imponerse; con falsas promesas halagaron al vulgo; con mentiras y engaños lo embaucaron, hasta que el pueblo, fácil de convencer, se persuadió, que para Jesús no quedab'a otra solu– ción sino la muerte. Sale otra vez Pilatos y se presenta a la muche– dumbre, arremolinada ante el Pretorio. A su lado está Jesús con las manos atadas e inclinada la cabeza. Silencio imponente se extiende por toda la plaza. Todos prestan atención a las palabras del Presidente. - ¿A quién queréis que os suelte de los dos? ¿A Jesús o a Barrabás? Un grito furibundo resonó por los ámbitos de la plaza: - i Suéltanos a Barrabás! Y con intención mal disimulada, aun se dirige de nuevo a la muchedumbre, marcando sus palabras: -Pues, ¿qué queréis que haga de Jesús, rey de los judíos, que se dice Mesías? Yse repite la escena de los gritos descompasados, de la rabia y el furor de un pueblo borracho de ira. - ¡ Quítale ! ¡ Crucifícale, crucifícale! - No es posible luchar con aquellas fieras; han perdido el sentido, la razón, la dignidad. Allí sólo manda la pasión. Las voces del Presidente se perdían ahogadas entre el tumulto y los gritos de aquella muche– dumbre frenética. La causa de Jesús estaba del todo perdida. Pila– tos está vencido. Se retira despechado. Mientras tanto los gritos de la muchedumbre resuenan formidables por la plaza y por las calles circunvecinas: -Crucifícalo, crucifícalo! 90
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