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en todos los motines, en todas las manifestaciOries callejeras. Allí estaban todos ellos en primera línea, azuzados por los sacerdotes, soliviantados por los sanedritas, alborotados por los fariseos. Esto precisamente era· lo que ignoraba Pilatos. Buen chasco se iba a llevar. En efecto; sale el Presidente al balcón en busca de la opinión popular: «Es costumbre vuestra que en los días de la Pas– cua os suelte uno de los presos. ¿A quién queréis que os suelte? ¿A Barrabás o a Jesús, que se dice el Cristo? Escoged. Tenéis tiempo para .pensarlo.» Y se retiró al interior de su palacio, dando tiempo al pueblo. para que reflexionase, y obrase con más conocimiento de causa. ¿Qué iba a reflexionar el vulgo ignorante? Las pasiones más violentas, soliviantadas eran las que decidirían la causa de Jesús. ¡ Qué ocurrencia la de Pilatos, poner la causa de Jesús en manos de un pueblo apasionado! En mala hora echó mano de aquel recurso. Aquella gente canallesca no pensaba; no podía discurrir por cuenta propia; no estaba capacitada para juzgar eón su propia cabeza. Veía por los ojos de otros; Como ignorante que era, no haría sino seguir la voz del primero que se le pusiese delante, indicando el camino a seguir. No se durmieron «los enemigos de Cristo en esta ocasión. De por medio andaban los príncipes de los sacerdotes y los ancianos concitando a la turba, y persuadiendo a los pueblos que pidieran .a Barra– bás, y perdieran a Jesús.» No, no dejaron piedra por mover, amenazando a unos con maldiciones y anatemas para que pidie- ran la muerte de Jesús. · 89
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