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silencio sepulcral. Ni una palabra, 11i una respúesta, ni la más sencilla contestación. Le quitan las ataduras para ver si de sus manos sale algo maravilloso, que los divierta, que los entretenga y los haga reir. Pero sus brazos decaen y sus manos permanecen inactivas. Aquello los irrita, los contraría en gran manera; los exaspera. ¿Para eso lo esperaban con tan vivos deseos? Buena partida les ha jugado el joven Naza– reno. i Si se burlará de ellos! ... Eso sí que no pue– den soportarlo. No; no se burla Jesús de sus enemigos, porque todavía no ha llegado la hora; ya llegará; no tiene prisa. Suyo es el tiempo; suya la eternidad. Por ahora dejará libres a todos cuantos quieran burlarse de Él; les dejará hacer; es su hora y la hora de.l poder de la tinieblas. A más y mejor se burlan todos del inocente; todos lo desprecian y lo tratan como si fuera un loco. También Jesús, que era la sabiduría, el poder y la grandeza, también Jesús quiso pasar por loco. Nada responde a las múltiples preguntas que Herodes con todos sus cortesanos le hace. Nada contesta. Y como lo ven en medio del silencio más profundo, y por otra parte le acusan de que ha querido hacerse rey, tienen una idea satánica, una invención del infierno. Lo visten de rey. ¿Qué otra cosa buscaba Hero– des, sino una diversión con Jesús, y que les diera un espectáculo? Jesús no quiere prestarse a ello; no obstante los cortesanos se divierten a su costa. Trajeron una túnica blanca, se la pusieron encima, y comenzó la farsa. Jesús así cubierto con aquella vestidura, está delante de Herodes, que sigue la 84
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