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REFLEXION En la espiritualidad franciscana Jesús no viene solo. A su T lado está María como en el Evangelio, recibiéndolo y entre– gándolo. Jesús y María, inseparables, fueron para Francisco de Asís la personalización de su ideal. San Buenaventura nos lo presenta en la Capilla de la Por– ciúncula «suplicando con suspiros interminables a Aquélla que concibió al Verbo lleno de gracia y de verdad que se dignara ser su madre e intercesora... », y añade: «Tal era el tiemísimo culto que profesaba Francisco a la bendita Virgen, considerán– dola Madre suavísima y amiga preciosa, que, confiando en Ella después de Jesucristo, le había constituido abogada suya y de sus hijos». Tomás de Celano nos describe que «hervía y se abr1m1b1n en inmor hacia la Madre de toda bondad y que le solía cantar tales alabanzas, recitarle tales oraciones y ofrecerle trues afectos que resulta muy difícil repetirlos en humano lenguaje... ». En una de sus oraciones marianas Francisco la invoca con estos títulos: «¡Salve, palacio de Dios! ¡Salve, tabemácuio de Dios! ¡Salve, casa del Señor! ¡Salve, vestidura de Dios! ¡Sal– ve, esclava del Señor! ¡Salve, Madre de Dios! ... » Tres eran las razones fundamentales en que basa Sam Fran– cisco su amor a Maria: Porque Ella nos dio a Jesucristo -«MIi• ría ha convertido al Dios de majestad en hermano nuestro»--, porque es nuestra Madre y por ser modelo y protectora... La Orden Franciscana recogió de Francisco ese amor a Ma– ría, y así la historia nos cita. a sus hijos -frailes, monjas, ter– ciarios seglares- como defensores de María y de soo privile– gios y como hijos suyos predilectos. Donde ha habido un franciscano allí estaba un fervoroso devoto de Maria. ¿Y nosotros? ¿Colocamos a Jesús y María como centro de nuestra devo– ción? ¿Recordamos a María como Madre y Reina, como modelo y protectora? ¿Sabemos amarla de verdad y defender sus privilegios? Medita unos momentos y pide la gracia que deseas al– canzar. 15

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