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santo celo por la gloria de Dios. Pero, siempre humilde, al mismo tiempo que predicaba, quiso perfeccionarse en el estudio de la Teologia Mística. Hacía unos años que Vercelli tenia la dicha de que morara en ella un famoso místico llamado Tomás Gallo. Pertenecía a la escuela de San Víctor, de París. Había sido llamado por el Cardenal Richerio Gualla, a fin de ponerse al frente del monasterio de San Andrés, fundado por el citado Cardenal. Alli daba, el dicho Abad, sus lecciones de Teología Mística, con gran admiración y aprovechamiento de sus dis– cípulos. Fray Antonio no se alistó precisamente entre los discípulos de Tomás Gallo. Pero se propuso · aprovechar las horas en que se veia libre de su predicación, p.ara escuchar las enseñanzas del gran místico. Llegó a tratar con él de tal manera que habia entre los dos familiaridad de verda– deros amigos. Tomás Gallo pulsó los sentimien– tos de aquel joven franciscano. Se dio cuenta de la penetración de su espíritu exquisito, de la captación profunda que tenia de la vida espiri– tual, y con el tiempo llegó a hacer de él este admirable elogio: -Muchas veces, penetra el amor allí donde no puede llegar la ciencia. Esto lo he experi- 96
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