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Pero habia un hereje que no había contempla- . do el prodigio de los peces, cuando acudieron en tropel a la orilla del mar para escuchar la palabra del predicador franciscano. Se llamaba Bonvillo. Disputaba con los amigos, riéndose de cuanto decían del milagro. Y sus risas iban acolllpañadas con groseras blasfemias. Bonvillo, era de aquellos herejes que niegan la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Er3; un rico labrador y estaba muy infautado con sus fincas. Sobre todo, se mostraba mtty aferrado a sus ideas. Fray Antonio explicaba el Sacrificio del amor y daba razones- convincentes, sacadas de la Teología y del mismo Evangelio, para demostrar que Jesucristo se hallaba verdadera y realmente en la Hostia consagrada. Pero Bonvillo seguía en sus trece. Se entrevistó un día con el Santo y negó todo cuanto le había oido predicar. [legó a tanto su atrevimiento, que tuvo la osadía de hacer al predicador una propuesta brutal. Y así le dijo: -Si quieres que yo crea en este misterio de la Eucaristía no tienes más remedio que demos– trármelo con un milagro de esos que dicen que haces tú. Yo te juro que viendo el milagro estoy dispuesto a creer en tus palabras y a conver– tirme. 92
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