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netrando hondamente en el alma de los oyen– tes. Su sermón produjo un efecto maravilloso, ·inesperado. Todos cuantos le oyeron aquel dia se convirtieron a la verdadera fe de Cristo. En toda Rimini no se hablaba más que del portento que había realizado aquel fraile desco– nocido. Desde aquel dia, los sermones de Fray Antonio eran escuchados con avidez. Viendo el Santo el copioso fruto de su predicación, se deter'minó a permanecer alli varios dias. En todas las reuniones y corrillos el tema de la conversación era el fraile predicador. Aun los más recalcitrantes se iban rindiendo a la fe, merced a los razonamientos del franciscano. Todos se hallaban confusos ante las palabras llenas de alto sentido teológico y henchidas de fervorosa unción pronunciadas por aquel sabio y santo apóstol. El prodigio de los peces pronto llegó a saberse en tod,a la comarca. Lo comentaban las mujeres a las puertas de las casas. Lo discutían los hombres por las calles y plazas. Lo repetian los niños en sus juegos inocentes. -Verás -decian algunos-. Asi predicó Fray Antonio a los peces: "Oíd la palabra de Dios, vosotros, peces del mar y del río... ". Y no faltaban quienes supieran decir de memoria todo el sermón de Fray Antonio. 91

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