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Dios, que os hizo tantos y tales beneficios, con preferencia a las demás criaturas. Por último, viendo el mismo Fray Antonio la maravilla que el Señor obraba por medio de sus criaturas, los peces, sintió que su corazón se inundaba de inusitada alegría y dijo en alta voz, de suerte que pudieran oirle los hombres y mujeres que se habían reunido en torno de él y que estaban llenos de admiración: -Bendito sea el eterno Dios, que más le honran los peces que los hombres herejes y mejor escuchan su palabra los animales irracio– nales que los hombres infieles. Dicho esto, bendijo a los peces, los cuales se fueron a esconder rápidamente a las profundi– dades del mar y del río. Entonces, el Santo Predicador volvió sus espaldas al mar y comenzó a hablar a la multitud que le rodeaba. La palabra de Fray Antonio fluía de su boca, cálida y espontánea– mente, como reguero de luz celestial que pe– netraba en los corazones. Muchos se ponían de rodillas en la arena de la playa, llenos de santa compunción. Las mujeres lloraban. Los hombres estaban serios y pensativos. Se· hizo un profundo silencio. Hasta las olas del mar parecían suavi– zar sus murmullos. La voz de Fray Antonio continuaba resonando sonora, insinuante, pe- 90
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