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sacaron sus cabecitas para escuchar al predica– dor con gran orden, quietud y mansedumbre. Los pequeños, se pusieron cerca de la orilla; los medianos, un poco más apartados, y los mayo– res, m_ás atrás, donde había profundidad de agua. Entonces, Fray Antonio dio principio a un solemne sermón, como si fuera dirigido a hom– bres: -Hermanos míos peces -les dijo-, mucha obligación tenéis de dar gracias, según vuestra posibilidad, a vuestro Creador, que os ha dado móvil elemento para vuestra habitación, de modo que tenéis a vuestro gusto aguas dulces y saladas, y os ha dado muchos refugios para pro– tegeros de las tempestades; os dió también un elemento claro y transparente, y comida con qué vivir... Mientras hablaba el Santo, los peces habrian sus bocas e inclinaban sus cabezas en señal de asentimiento a cuanto decía el predicador. Mas he aquí lo que sucedió: al oír las palabras de Fray Antonio se fueron acercando algunos hombres que se hallaban en la playa. Al ver el prodigio, se quedaron maravillados y pronto corrió la noticia por la ciudad. Un gran tropel de gente acudió a la playa, donde Fray Antonio seguia predicando a los peces: -Dios, vuestro Creador, cortés y benigno, 88
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