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por deseo de aprovecharse de sus palabras. Des– pués de la predicación, discute con los herejes. Pero el corazón de aquellos hombres está por completo endurecido. No sólo desprecian las ins– trucciones de Fray Antonio, sino que dejan de asistir a sus sermones. Hasta las mujeres y los niños fueron desfilando y, al fin, le dejaron solo. Entonces, tuvo una inspiración del cielo. Una mañana se fue a la orilla del mar, cerca de la desembocadura del rio Marecchia. Comenzó. a pasearse por la playa, pensativo, decepcionado, lamentando su fracaso. Unos pescadores que le vieron, se mofaron de él con sonrisa despectiva. Fray Antonio tendía la mirada a la lejanía del mar y, de una manera semejante a como lo hi– ciera el Seráfico Padre con las aves, comenzó a predicar a los peces, diciendo en alta voz: ---Oíd la palabra de Dios, vosotros, peces del mar y del río, ya que no la quieren oír los infie– les herejes. Sin duda, que los hombres que oyeron estas palabras prorrumpieron en sonoras carcajadas, diciendo para sus adentros: --¡Este hombre está loco! ¡Sus penitencias han perturbado su cerebro! Mas apenas pronunció Fray Antonio unas palabras, multitud de peces de todos los tama– ños y colores acudieron a la orilla del mar y 87

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