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ticas, en especial la Teologia y la Sagrada Escritura. Para enseñar las verdades de la fe, antes es preciso estar bien empapados en ellas. Estas verdades se contienen en la santa Biblia y son explicadas y profundizadas por la Teología. Si falta ese conocimiento, por más que d orador posea las ciencias profanas y hable con elegancia y elocuencia, el fruto será escaso. Fray Antonio, al lanzarse a predicar el Evan– gelio, estaba adornado de estas cualidades del verdadero apóstol. Era un hombre de intensa vida interior. Vivia absorto por el pensamiento de Dios. Se conser– vaba en la más· dulce intimidad con Jesucristo. Se había preparado para el apostolado en el recogimiento, en la soledad, donde pasaba horas enteras entregado a la contemplación de los divinos misterios. Y aun en medio de su actividad apostólica, continuó comunicándose íntimamente con el Señor, y cuando sus trabajos se lo permitían volvía de nueyo al retiro, a la soledad, donde con el dulcísimo Jesús pasaba horas enteras. Horas para él verdaderamente deliciosas, en que volcaba toda su alma en el objeto de sus amores. Fray Antonio fue siempre humildísimo. Por eso amaba el retiro, el ocultamiento del mundo, la oscuridad. Sentía sumo placer en pasar desa- so
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