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había hecho en su alma. Abandonaba aquella celda en que durante horas enteras de días consecutivos había permanecido en intimo y dulce coloquio con su Dios y Señor. Ya no contemplaría aquel encantador panorama que elevaba su espíritu al mundo sobrenatural. En adelante, no gozaría de aquel ambiente de paz, de silencio, de quietud monacal en que parecía que respiraba el aire que corre por la cercanía de Dios. Pero, aunque embargado por aquel sentimien– to nostálgico que notaba al ausentarse de Monte Paulo, se confortaba en su corazón, porque al lanzarse a la vida apostólica, podia saciar el ardoroso celo que sentía por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Iría de un lado para otro; recorrería pueblos y ciudades predicando a Cristo, ganando almas para su reino. Su ciencia, su juventud, las energías tod.as de su vida, todo lo ponía al servicio de Jesucristo. Su ideal era gastarse y desgastarse por completo en el apos– tolado en que iba a ocuparse por voluntad expresa de sus superiores, que hadan las veces de Dios. En adelante, sería un operario evangé– lico que, por doquier, había de ir esparciendo la semilla del reino de los cielos. En verdad: muy bien podía Fray Antonio comenzar su siembra de apóstol. Estaba comple- 78
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