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lla y, por fin, saltaron a tierra. Mas no era Por– tugal, ni España, adonde habían logrado arri– bar, sino Sicilia, y la ciudad que se ofrecia a sus ojos era Mesina. * * * Muy luego de su arribo a Sicilia, se enteró Fray Antonio de que a las afueras de Mesina había un convento franciscano y allí se encami– nó en busca de hospitalidad. Alli fue recibido con cordiales muestras de .afecto y alegria fran– ciscana. Aquellos religiosos eran sus hermanos. Vestían el mismo hábito. Se ceñían también con idéntica cuerda blanca y tenian un común ideal ton él: la pobreza y el amor al divino Crucifi– cado. La estancia en Sicilia fue como un sedante para Fray Antonio, gastado por la enfe.rmedad -y la travesía. El clima primaveral de la isla, el perfume de los naranjos. en flor, la brisa tem– plada del mar, el ambiente de paz que allí se respiraba iban reponiendo sus fuerzas. Se colo– reaban sus mejillas, recobraban sus ojos su na– tural brillo y, sobre todo, se tonificaba su cora– zón, y su espíritu recobraba el optimismo propio de su juventud. 57
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