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rio había fracasado. Por otro, la esperanza de volver a Marruecos aún seguía confortando su corazón. Mas él había puesto su cuida.do en el Señor y este pensamiento le mantenía tr&nquilo. Nunca fracasa quien navega en la barca del co– razón de Dios. Mientras Fray Antonio conservaba su mente absorta en estos pensamientos, de repente se des– encadenó en el mar una fuerte tempestad. Un viento huracanado corría del Oeste, alzando olas gigantescas y amenazantes. Los tripulantes tuvie– ron que arriar las velas y echar mano a los re– mos. Todo inútil. La nave era empuj~d~ por el viento hacia el Oriente sin poderlo remediar. En medio de aquella horrible ·teri1pestad, el corazón de Fray Antonio gozaba de una calma deliciosa. No sabia adónde les guiaría la nave. Pero tenía fe ciega en la divina Providencia y se acogía a Ella como un niño que se arroja en los brazos de su madre. Después de luchar una y otra vez con los vien– tos y las olas, siguiendo la nave hacia el Oriente, al fin lograron divisar una costa de tierra verde que se recortaba en el azul del mar. La alegría se reflejó en todos los rostros, mientras resona– ban estos alborozados gritos: -¡Tierra! ¡Tierra! Suavemente fueron acercando la nave a la ori- 56

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