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Antonio, lo veía todo inflamado en el fuego de la divina caridad, la que le hacía suspirar por el martirio. Mas aquel martirio no entraba en los planes de su divina Providencia. Apenas habia llegado a tierras africanas, cuando he aquí, sin saber cómo ni por qué, se pone enfermo. Una fiebre- alta y molesta le retie– ne en el lecho. Y así enfermo se pasó todo el in– vierno sin poder ejercer ningún apostolado entre los mahometanos. En el mes de abril comenzó a experimentar alguna mejoría. A pesar de todo, en medio de su enfermedad, una paz de cielo confortaba su alma. Veía que su ideal de martirio estaba para fracasar; mas puesto en las manos de Dios, se sometía imper– tubable a su divina voluntad. Al mejorar su salud, sintió renacer la esperan– za; mas su debilidad era muy grande y necesi– taba regresar a la patria para reponerse. Sin embargo, no decaían sus ánimos. Pensaba que con una temporada de reposo en el convento de Olivares, podría restaurar sus fuerzas para volver de nuevo al campo de su apostolado entre los infieles. Otra vez se embarcó en una nave mercante que zarpó rumbo a Portugal. Fray Antonio navegaba absorto en contrarios pensamientos. Por un lado, pensaba que su aventura de marti- ss

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