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Caminaba Fray Antonio con su compañero y al ver el campo verde poblado de árboles, vides y maizales, se le ensanchaba el corazón pensan– do en la divina aventura que iba a emprender. Subieron a la nave, la cual levantó anclas y siguió rumbo adelante por el Atlántico. Mientras se deslizaba suavemente la embarca– ción, Fray Antonio, sintiendo la caricia de las brisas marinas y escuchando el rumor de las olas, parecia sumirse en la más alta contempla– ción. Soñaba en las conquistas que podria hacer para Cristo entre los infieles. Sobre todo la idea del martirio surgía en su alma como luz del cie– lo que le inundaba de felicidad. Esta idea le lle– naba de amor. El martirio era para él la prueba más evidente de su amor a Cristo. Era la total entrega de la vida al Amado de su corazón, al cual se babia consagrado desde sus tiernos años. Después de varios dias de navegación, llegó al fin Fray Antonio con su compañero a las costas de Africa. Tendió alrededor sus ojos y vio que se le abría un amplio campo de apostolado. Lleno de gozo, pensaba que su deseo de martirio, no tardando el tiempo, seria para él una bella rea– lidad. Pero, ¡cuán distintos son los pensamientos de Dios de los de los hombres, aunque sean santos! Dios penetraba el fondo del corazón de Fray 54

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