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él, al impulso de una humildad, la más conna– tural y atractiva, se complacía en ocultar los dones con que Dios le habia enriquecido. Con todo, su santidad y su ciencia, aunque procuraba disimularlas, no podian menos de reflejarse en toda su persona. No obstante, Fray Antonio, aunque rebosaba. de profundo gozo espiritual por su nueva vida, no se sentía plenamente satisfecho. Creia no haber llenado por completo su vocación. Un an– sia ardiente de martirio devoraba su alma y ape– nas si le dejaba reposar. De dia y de noche sur– gía en su mente la dichosa suerte de los cinco primeros mártires franciscanos, cuyos sagrados restos reposaban en la iglesia de Santa Cruz. Y su recuerdo era como un impulso incontenible que le arrastraba a seguir su ejemplo. Al solici– tar el ingreso en el convento de Olivares, puso como condición que le dejaran marchar cuanto antes a tierra de mahometanos a predicar la fe de Cristo. Los superiores vieron bien aquellos ardientes déseos del novivio. Es verdad que aún no había pasado el año del noviciado, pero por aquel en– tonces no se exigía tal requisito. Además, dado el espíritu de Fray Antonio, les pareció· que muy bien podían dejarle marchar a tierra de moros. Por otro lado, también era conveniente que 52

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