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dejaba. Mas él estaba dispuesto a soportarlo todo por Cristo. Esto era para él una verdadera dicha. Al dia siguiente de alcanzado el permiso de sus superiores era admitido por·el Provincial de Espa– ña, Juan Parenti, en la Orden Franciscana. Según se había convenido, al rayar el alba se' dirigieron los frailes de Olivares a Santa Cruz. Entraron en la celda de. Fernando. Este se despojó de su traje de canónigo regular, se quitó el calzado, vistió el burdo sayal franciscano, se ciñó con una pobre cuerda blanca y se puso unas san– dalias. Esta senciUa ceremonia le impresionó grande– mente. Lloraba de emoción. Ya estaba dispuesto a seguir de cerca al divino Crucificado. Se sentia invadido por el espiritu de Francisco de Asís. Percibía en su alma la fragancia del Pobrecillo. Cogió luego un hatillo con algunos libros, es– critos y reliquias, y radiante de alegría salió del monasterio de Santa Cruz. y acompañado de los frailes se dirigió al eremitorio de Olivares. Aquella rápida salida causó una profunda im– presión en los religiosos de Santa Cruz. Sentían 49

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