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cumbiría igualmente al golpe de las cimitarras después de predicar a Cristo. Tomada esta resolución, comenzó a pensar en la manera de realizarla. Para ello necesitaba dos cosas: que fuera admitido por los franciscanos del eremitorio de Olivares y que los superiores de Santa Cruz le dieran la autorización para salir del monasterio y abrazar la Orden Fran– ciscana. Lo primero le pareció fácil. Aprovechó la ocasión un día en que iban los frailes de Oli– vares, como de costumbre, a pedir la limosna a Santa Cruz. Para ver si estaban dispuestos a recibirle, les expuso los ardorosos anhelos que devoraban su alma, diciéndoles: - Hermanos carísimos, un ardiente deseo abri– go en mi alma. Y es vestir vuestro hábito y vivir entre vosotros. Mas luego de entrar en vuestra Orden quiero que me enviéis a tierra de maho– metanos, para dar por Cristo mi sangre, como lo han hecho vuestros hermanos, los cinco mártires que se hallan enterrados en la iglesia de este monasterio. Los frailes de Olivares, conociendo perfecta– mente la virtud de aquel santo joven, en vez de ponerle dificultad a su entrada en la Orden, se alegraron grandemente por su proyecto y asi le dijeron: -Nos place sumamente el recibirte. Puedes 47

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