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de Alfonso II, el cual se hallaba en Marruecos por razón de intrigas políticas. Fueron envueltos ·en paños de seda y depositados en dos preciosas urnas de plata y oro. Con toda cautela se fugó con ellas el Infante, y después de recorrer triun– falmente varias regiones de España, llegaron transportadas a Coimbra y fueron colocadas en el monasterio de Santa Cruz, para que alli que– daran expuestas a la veneración del pueblo. * * * No es posible expresar la honda impresión que experimentó Fernando ante los cuerpos ve– nerados de aquellos cinco mártires franciscanos. Pensaba en su admirable gesta. Aquello era fe, amor a Cristo, sublime heroismo. Oraba ante ellos y su alma sentia remontar su vuelo. Aque– llos héroes le estaban hablando con toda clari– dad y le mostraban el camino que habia de se– guir para asemejarse a ellos. Ya estaba pensado: se haria franciscano, practicaria la penitencia, la pobreza, entregaria su alma por completo a la divina contemplación. ¡Y después!. .. Anhelaba realizar su sueño dora– do: alcanzar también la palma del mérito. Su- 46

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