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bién le hizo concebir el proyecto de enviar a algunos de sus frailes a conquistar para Cristo las almas de los infieles. Confi6 esta misión a cinco de sus frailes, valientes y celosos apóstoles, encargándoles que predicaran la fe cristiana en Marruecos. Se llamaban Berardo, Pedro, Acur– sio, Adyuto y Ot6n. De Italia partieron por Francia, cruzaron Aragón y Castilla. Por fin, llegaron a Portugal con intención de embarcarse para su destino. Llegaron a Coimbra, donde estaba la Corte, a fin de entrevistarse con los soberanos. El palacio real estaba situado al pie del monasterio de Santa Cruz. La Reina Doña Urraca los recibió con mues– tras de admiración y simpatía, y por deseos de ella no se hospedaron en el eremitorio de Olivares, sino en el mismo monasterio de Santa Cruz, donde Fernando ejercía, a la sazón, el oficio de hospe– dero. Esto dio motivo para que los tratara y admi– rara. Las conversaciones con aquellos .hombres de Dios llenaban el alma de Fernando de subli– mes anhelos. Los miraba con santa envidia. Aquellos cinco Frailes Menores abrigaban un di– vino y sublime ideal: hablarían de Cristo a los mahometanos y después darían su sangre por El. El martirio se presentaba ante su espíritu como la más hermosa ilusión. 44

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