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exquisita caridad, servia a todos los enfermos con encantadora mansedumbre. Mas en este servicio no tenia otra obsesión que agradar a Jesucristo, y en cada enfermo, en cada anciano, en cada afligido, veía su divina imagen. Un día cuidaba a un enfermo. Este, perturba– do por la fiebre, se puso todo furioso. Fernando se llenó de la más tierna compasión. Levantó su mirada al cielo y poniendo toda su confianza en Dios, se quitó su hábito de canónigo regular y lo extendió sobre el lecho del enfermo, el cual al momento se calmó y se sintió inundado de paz. Otra vez, se hallaba Fernando en la cocina ocupado tal vez en regoger los alimentos para los enfermos. En esto, se oyeron unos golpes de la campana que daba la señal de la elevación de la santa Hostia en la misa. Al momento el Santo se puso de rodillas para adorar al Señor. De pronto, de un modo milagroso, se abre un res– quicio en las paredes y desde alli se pudo ver al sacerdote elevando el cuerpo del Señor para que fo adorara el pueblo. , Todo el monasterio de Santa Cruz se hallaba perfumado con la santidad del joven Fernando. Sus ejemplos eran para todos los religiosos efica– ces estímulos para la virtud. Si hubiera seguido alli, su santa vida habria continuado infundien– do, en todos aquellos religiosos, fervientes deseos 37
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