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riguroso ascetismo, alimentaba su alma con lecturas espirituales. Leía, estudiaba y meditaba principalmente la Sagrada Escritura y los Santos Padres, en especial San Agustín. Todo esto llenaba de luz su espiritu y caldeaba su corazón. El Santo Evangelio era su libro preferido. En él aprendió a conocer y amar a Cristo, hasta reproducir en si mismo de la manera más perfecta la vida del divino Redentor. Permaneció Fernando en el monasterio de Santa Cruz por espacio de ocho años. Años transcurridos en la oscuridad, pero pletóricos para la virtud y para el estudio de las ciencias sagradas, de suerte que bien se ha podido afirmar que transcurridos aquellos ocho años, ya era un santo y un sabio. Al parecer, estando alli fue ordenado sacerdote, aunque no ejerció al exterior el apostolado. Se cuentan algunas maravillas obradas por él durante su estancia en el monasterio de Santa Cruz. Llevado de su humildad pidió al Prior ejercer el oficio de enfermero. Adornado de la más 36
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