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Esto contrariaba al santo joven, porque le distraía, y aunque no le hiciera vacilar en su vocación, le impedia dedicarse a la oración y al estudio con la intensidad y frecuencia que él deseaba. El anhelo de una vida más retirada surgía en su corazón de una manera obsesio– nante. Entre estas luchas y deseos fueron pasando dos años, hasta que pudo realizar una idea fija en su alma: huir de Lisboa adonde pudiera gozar de paz y darse por completo al servicio de Dios. Había en Coimbra, capital entonces de Portu– gal, otro monasterio perteneciente igualmente a los canónigos regulares de San Agustín, y de éste precisamente dependia el de San Vicente de Fora. Y alH pensó retirarse el Santo joven. Comunicó sus deseos al Prior de San Vicente. Este, no queriendo desprenderse de religioso tan , observante y fervoroso, en quien cifraba las más halagüeñas esperanzas, en un principio, se negó a su petición. Insistió Fernando con reiteradas súplicas, y, por fin, viendo el Prior los buenos 34
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