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-Padre, no os apuréis. Id a la heredad. Abrid la puerta del local grande donde se guardan los aperos de la labranza, y alli hallaréis a todos los gorriones encerrados por mi para que no hagan daño. Don Martin se halla perplejo. No sabe si creer a su hijo. Puede haberle hecho una de tantas tretas que suelen tramar los chiquillos. Pero le dio una corazonada. Se vuelve a la finca. Abre la puerta de aquel aposento, y con gran sorpresa suya se encuentra con una gran multitud de gorriones que quietos y silenciosos esperaban su libertad. Esta leyenda de la infancia de San Antonio se ha hecho popular, de suerte que existe cierto romance en ella a propósito para ser cantado. Mas esta leyenda nos pone de manifiesto la piedad exquisita que adornaba el alma de nuestro Santo ya en su más tierna edad. El niño Fernando iba creciendo en años. No bastaba a sus padres que fuera piadoso y que cada día intensificaba su religiosidad. Era ade– más necesario darle una educación esmerada en el orden intelectual. Aquella inteligencia privile– giada de la que daba muestra, debiera ser ilustrada, enriquecida con las ciencias acomoda– das a su edad. Encomendaron al niño a los desvelos del Maestrescuela de la Catedral. Dia 26
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