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en aquel local y les cerró la puerta. Sin más, corrió a la iglesia vecina y alli explayó su corazón con el divino Huésped. Media la tarde. Fernando sigue orando ante el Sagrario. Los gorriones permanecen en su encie– rro. Don Martín va a recoger a su hijo, seguro de que estará· cumpliendo su mandato. Mas se queda en gran manera sorprendido al no hallar– le en la heredad. Le llama y no responde. Le busca entre los árboles y no lo encuentra. Se queda todo extrañado de su ausencia, aunque su admiración es mayor al notar que no se ve un gorrión en toda la finca. Se le ocurre una idea: se ace~ca a la iglesia vecina, y alli encuentra a Fernando en dulce coloquio con Jesús Sacra– mentado. Don Martín se siente contrariado y no puede menos de dirigirle un reproche, aunque dulce y paternal. -Hijo mío -le dice-, ¿así obedeces a lo que te he mandado? ¿Cómo te marchaste del cam– po? El Señor no puede estar contento de tu conducta. Ya he visto que la bandada de gorriones ha desaparecido; pero a buen seguro que habrán causado un gran destrozo. · Fernando sonríe, y en su sonrisa refleja la inocencia de su alma. No ha faltado a la obe– diencia para ir a orar ante Jesús. Por eso contesta amablemente a su padre: 25
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