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En un pueblo de la montaña leonesa, había costum– bre de cantar las jóvenes un romance a San Antonio, lo que ellas llamaban Ramo, en la noche de Navidad. El romance era compuesto por ellas mismas. Figúrense nuestros lectores lo que dirían. Lo primero que canta– ban era esto: Oh San Antonio bendito, te pedimos muy de veras, que cases todas las mozas, la abadesa, la primera. Llamaban abadesa a la presidenta de las Hijas de María, a cuya Congregación pertenecían todas las jóvenes del pueblo. * * * Quizá haya animado a muchas jóvenes a pedir a San Antonio novio, el caso que se cuenta de una madre y una hija, acaecido en Roma. La madre, ya se hallaba en la vejez. La hija, no era una niña y no había modo para hallarle acomodo en la vida. La madre sentía que su hija se quedara sola en el mundo, y la hija pensaba también en la tremenda soledad en que la dejaria la muerte de su anciana madre. Por eso, siendo devotas de San Antonio, acuden a él en tan apremiante necesidad, pidiéndole la suerte de que la hija encontrara un buen esposo. Con esta inten– ción empiezan una novena. Mas van pasando los días, la novena se termina, transcurre el tiempo y el novio no aparece por ninguna parte. Insisten en sus súplicas, pero San Antonio parece estar sordo a ellas. La hija, viendo ya fallidas sus esperanzas, tuvo el atrevimiento de coger una imagen que tenían del Santo de Padua, y 262
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