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Esta juventud no era sino un reflejo de la juventud ardorosa y rica de su alma. Juventud abierta al amor y a la esperanza; pero no a un amor humano como al que suelen entregarse los jóvenes del mundo, sino al amor divino que había invadido por completo su corazón. No a una esperanza de la felicidad de la tierra, sino a la esperanza de la eterna dicha del cielo. La juventud de San Antonio es símbolo de su ardor por las cosas santas, de su amor al ideal, un ideal ele– vado sobre todos los ideales terrenos. "Juventud, divino tesoro", ha dicho el poeta. Esto que se puede decir de todos los jóvenes, con mayor motivo se ha de afirmar de San Antonio. Su juventud era un tesoro divino de poe– sía celestial. Un tesoro de virtudes, de entusiasmos, de actividades santas, de sublimes realidades, que atraían las miradas de los hombres y sobre todo eran objeto de las complacencias de Dios. * * * San Antonio aparece en su imagen vestido con el há– bito franciscano, porque él perteneció a la Orden de San Francisco de Asís. Esta Orden, tan pronto como fue por él conocida, consituyó para su alma un sublime atractivo. Con el hábito franciscano recorrió los pueblos predicando la palabra de Dios. Entró en esta Orden con el deseo de santificarse y alcanzar la palma del marti– rio, que habían alcanzado los religiosos franciscanos que él había visto pasar por Coimbra, aunque el Señor le guió por distintos caminos, a fin de manifestar su gloria en él. El hábito franciscano con que se representa la ima– gen de San Antonio, es símbolo de la austeridad propia 249
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