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do en una de sus manos, o cerca, un libro abier– to, como simbolo de su sabiduria y doctrina, y en la otra una llama, como simbolo del ardor de su fe. Nada tiene de e:irtraño que muchos varones ilustres, no tan sólo de la Orden Seráfica, que ya varias veces en sus Capitulas Generales expresó el deseo de que fuera confirmado y extendido a toda la Iglesia el culto secular de Doctor tribu– tado al Taumaturgo de Padua, sino de todo gé– nero de asociaciones hayan manifestado en este sentido sus más ardientes anhelos. Y habiéndose intensificado en sumo grado estos anhelos con motivo del séptimo centenario de la nrnerte y canonización del Bienaventurado Antonio, la Orden Franciscana de los Frailes Menores reite– ró sus súplicas y presentó las más fervorosas instancias, ya a nuestro inmediato predecesor Pío XI, de reciente memoria, ya también última– mente a Nos mismo para que nos dignáramos colocar oficialmente a Antonio en el catálogo de los Santos Doctores de la Iglesia. Y como tales deseos hubiesen sido además apoyados y valora– dos con las peticiones y recomendaciones de los Eminentísimos Cardenales de la Santa Romana Iglesia, y de muchos Arzobispos y Obispos y 242
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