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este gran Apóstol franciscano y con la cual tra– bajó por instaurar la integridad y la santidad del Evangelio. Reproduzcamos las propias palabras tan adecuadas, de dicha Epístola: "El Tauma– turgo de Padua iluminó con su sabiduria cris– tiana e impregnó como quien dice con la suavi– dad de su virtud su borrascosa época, universal– mente infeccionada por la depravación de cos– tumbres... Su eficacia y destreza apostólica brilló sobre todo en Italia, donde soportó tan abruma– dora carga de trabajos; aunque también predicó en no pocas provincias de Francia; pues Anto– nio, sin distinción de linajes y naciones, a todos abarcaba con su celo activo, a saber, a sus por– tugueses, a los africanos, italianos, franceses y a todos cuantos veía necesitados de la verdad católica. Y en cuanto a los herejes, como eran los Albigenses, Cátaros y Patarenos, que casi por todas partes pululaban entonces, trabajando por apagar la luz de la fe legitima de los corazones de los fieles, con tal diligencia y tal éxito los debeló, que justa y merecidamente fue llamado "Martillo de los herejes". Ni tampoco podemos pasar por alto, sino debemos considerar como una alabanza de máximo peso e impor- tancia, lo que Gregario le tributó predicar y escuchar su conversación maravillosa, llamándole "Arca del Testamento" y "Archivo 240

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