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su sabiduría con los más amplios elogios y le– vantan hasta los astros la virtud d~ su elocuen– cia. Desde luego, cualquiera que lee con aten– ción sus "Sermones", se encuentra con un Anto– nio versadisimo en la Sagradas Escrituras, con un teólogo eximio en el análisis de los dogmas y con un doctor y maestro insigne en el modo de tratar de materias ascéticas y místicas. Cosas todas que, tomando como un tesoro del divino arte de la elocuencia, están llamadas a prestar no pequeños servicios, sobre todo a los predica– dores del Evangelio, como que constituyen una especie de erario riquísimo, del que los oradores sagrados particularmente pueden sacar en abun– dancia poderosos argumentos para defender la verdad, deshacer los errores, refutar las herejías y reducir al camino recto los corazones de los horhbres--extraviados. Mas por cuanto Antonio hizo un uso muy fre– cuente de textos y sentencias tomadas del Evan– gelio, con toda justicia y derecho se le debe el titulo de "Doctor Evangélico". Y con tanta mayor razón cuanto que muchos Doctores en 238
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