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los pobres. Se compadecía de ellos y los socorria en sus necesidades, como le era posible. De este modo, Antonio de Padua, desde sus más tiernos años, se fue ejercitando en las virtudes cristianas, de suerte que hacían de él un niño verdaderamente encantador. Con razón sus padres habían puesto en él las delicias de su corazón y auguraban para él un porvenir ri– sueño. 22
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