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frutos, sin que la oración sufriera menoscabo, pues más bien se dedicó a formar sus discípulos, no sólo en el magisterio de la palabra, sino tam– bién con el ejemplo de su vida sandsima, culti– vando con especial diligencia la blanquisima flor de la puereza. Y Dios le manifestó con frecuen– cia cuán agradable le era al Cordero Inmacula– do, pues muchas veces, mientras. Antonio oraba en su celda solitaria, con los ojos y el corazón fijos en el cielo, se le aparece de improviso el Niño Jesús, envuelto en una luz fulgidisima y estrecha en sus brazos tiernecitos el cueUo del joven franciscano, y, con dulce sonrisa, colma al santo de infantiles caricias, mientras él, perdido el uso de los sentidos y convertido de hombre en ángel, en aquel momento "se apacienta entre lirios" (Cant. II, 16) en compañía de los ángeles y el Cordero. En cuanto a la copiosa luz, que por todas partes difundió Antonio, tanto por la actividad docente como por la predicación de la divina palabra, unánimemente le ponderan tanto los autores coetáneos como los modernos, y alaban 237
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