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Nacido en Lisboa, ciudad principal de Lusita– nia, de padres cristianos e ilustres por su alcur– nia, muchas e indudables señas dieron a enten– der ya casi desde la aurora de su vida que Dios todo-poderoso habia sembrado en su corazón abundantes semillas de inocencia y sabiduría. Era todavia adolescente cuando vistió la humilde cogulla de los Canónigos Regulares de San Agustín, entre los cuales diligentemente se esfor– zó durante once años por adornar su alma con las virtudes religiosas y por enriquecer su espíri– tu con tesoros de celestiales doctrinas. Más tar– de, felizmente elevado a la dignidad sacerdotal por la divina gracia, suspiraba por un modo de vida más perfecto, cuando los cinco compañeros Protomártires Franciscanos tiñeron con sangre, en las sagradas misiones de Marruecos, los rosa– dos albores de la Orden Seráfica. Y Antonio, lleno de alegría por tan glorioso triunfo de la fe cristiana, se encendió en ardentísimas ansias de martirio y partió gozoso con rumbo a Marruecos, atracando con felicidad en las lejanas playas africanas; si bien poco después, a causa de una grave enfermedad, se vio obligado a reembarcar para volver a su patria, siendo sorprendido en el mar por una espantosa tormenta, que, después de zarandearlo como juguete de las olas, lo lan– zó por divina disposición, a un extremo del lito- 235