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ser que sean admirados por hombres de cierta cultura; que se hagan estudios a fondo de sus vidas, que se reproduzcan con frecuencia en las obras de arte; que se lean sus escritos por almas selectas. Con todo esto, no penetrarán debida– mente en el alma del pueblo, y para una gran masa permanecerán olvidados. Pongamos de paso un ejemplo. No hay duda que San Francisco de Asis es una figura más excelsa que San Antonio. Es una personalidad más estudiada, más apreciada por los hombres de ciencia, por los artistas, por los espirituales. Sin embargo, San Francisco no ha alcanzado, ni mucho menos, la popularidad de San Antonio. .Hay muchos que no le conocen. Su imagen no está en la mayoría de las iglesias como está la del Santo de Padua. San Francisco no es el Santo del pueblo como lo es San Antonio. Lo mismo podemos decir de otros muchos santos. Quizá piense alguno que, de este modo, el pueblo no capta la verdadera espiritualidad. Vamos a convenir que hay mucha verdad en ello. Mas no por eso hemos de condenar las devociones populares. * * * Dios conoce el fondo del corazón de los hombres. Se da cuenta de nuestra ruindad de 230
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