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to y a su santísima Madre, la Virgen Maria. La Virgen era para Fernando la más dulce madre– cita que puede soñar un niño. Madre que nunca se muere y siempre se encuentra a su lado. Por eso, la solía llamar con este diminutivo portu– gués M amashina, que llenaba de ternura su infantil corazón. Y según nos refiere uria tradi– ción, a la edad de seis años, deseoso de imitar a la Virgen en su pureza, un día hizo voto de virginidad ante el altar de Nuestra Señora. Este amor y ternura filial para con la Virgen Maria se mantuvieron siempre en su alma, de suerte que constituye una de las características de su espiritualidad. La Virgen fue en todo tiempo su guía y sostén durante toda su vida, hasta la misma hora de la muerte. La Madre del cielo fue para nuestro Santo la hermosa estrella que iluminó sus pasos por el mundo y le condujo por la senda de la perfección cristiana hasta hacerle gozar de los abrazos amorosos de Jesucristo. La piedad continuó informando la niñez de Fernando. El ejemplo de sus cristianos padres le impulsaba a la práctica de la virtud. Su devo– ción era tierna, sólida. Visitaba con su madre las iglesias y los monasterios de Lisboa para adorar al Señor y saludar a su Madrecita del cielo. Con la piedad juntaba la caridad para con 21

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