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pobres y atiende a los necesitael.os. Por eso, con toda verdad, se le puede llamar el Santo del pueblo cristiano. "El hombre -dice Job-, nacido de mujer, vive corto tiempo y lleno de miserias; brota como una flor y se marchita, y huye como sombra y no subsiste." Estas palabras parecen impregnadas de hondo pesimismo; pero contienen una tremenda reali– dad: nuestra vida está llena de miserias. Es ver– dad que tiene sus encantos y· alegrías, pero, al fin, el mundo es verdadero valle .de lágrimas, donde llorar, gemir o lamentarse es lo que el hombre hace 'con frecuencia. Se necesita algo que nos sirva de consuelo en medio de los múl– tiples dolores que, por fuerza, hemos de experi– mentar. Y he aquí que, en la cerrada noche de nues– tras penas, se nos presenta una excelsa figura nimbada de luz celestial. Es un hombre joven con un divino Niño en sus brazos que nos son– ríe, y con una blanca flor que exhala perfumes de vida eterna. Ese hombre es San Antonio de Padua, que derrama toda suerte de gracias sobre sus devotos. Esas gracias caen sobre la tierra como lluvia del cielo que alivia el dolor y hace alegre la vida. Así, por intercesión de San Antonio, según reza 227
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