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Se hallaba, en ~ierta ocasión, un ilustre cléri– go arrodillado a los pies del Santo Padre. El sabio Pontífice, dirigiéndole una de sus penetran– tes miradas, le pregunta: -¿De dónde eres, hijo mío? -De Padua, Santísimo Padre. --¿De Padua? ¡Qué felicidad! ¿Amas mucho a vuestro Santo, a vuestro San Antonio? - -¡Ah, Santo Padre! ¿Y no le he de amar, si he nacido y crecido junto a su tumba y tengo la dicha de llevar su nombre? -Hijo mío, ~oncluyó el Pontífice-- aún no lo amas lo bastante. Es necesario amar!P y hacer que sea amado, porque sábelo bien, Sa Antonio no es sólo el Santo de Padua; es · -1nto de todo el mundo. Tenía razón el ilustre Pontífice León ,XIII: San Antonio es el Santo de todo el mundo; el Santo honrado por toda clase de gentes, el Santo venerado en todos los pueblos de la cristiandad, el Santo invocado en todas las necesidades. A pesar de lo poco que de su vida se sabe, porque sus biógrafos narran más bien sus milagros que sus virtudes, hay, no obstante, en él no sé qué de atractivo, que lleva tras sí toda clase de gen– tes. Se puede decir que San Antonio envuelve la tierra en una atmósfera sobrenatural que subyu- 224

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