BCCCAP00000000000000000000925

Terminado el Tedeum, el Papa, queriendo en– salzar la sabiduria del nuevo Santo, entonó la antifona propia de los doctores: "Oh, doctor óptimo, antorcha de la Iglesia, bienaventurado Antonio, amante de la Ley divina, ruega por nosotros". Este gesto de Gregario IX no fue sino el preanuncio de lo que siete siglos más tarde había de hacer Pío XII, al colocarle entre los doctores de la Iglesia. Una antigua tradición cuenta que en la mis– ma hora en que Gregario IX pronunciaba las palabras de la canonización del Santo de Padua en la catedral de Spoleto, en Lisboa, patria natal de San Antonio, comenzaron a repicar por sí solas las campanas de la ciudad, llenando de asombro a sus habitantes. No sabían por qué tocaban; pero presentían algún agradable acon– tecimiento inesperado, y todos los corazones se inundaban de santo júbilo. El júbilo fue mucho mayor cuando llegó la noticia de que su ilustre hijo, Fernando de Buillón, se hallaba ya en el coro de los Santos con el nombre de San An– tonio. San Antonio de Padua ya se halla en el cielo, gozando de la visión de la esencia de Dios, pero desde allí continúa derramando una lluvia de gracias sobre sus devotos, y así podemos decir que toda la tierra se halla perfumada con la 220

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz