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a la consagración de una iglesia; la iba a efec– tuar el mismo Papa. Cuando se necesitaron las reliquias que debian ser colocadas e:n el altar mayor, no se encontró ninguna. El Papa tendió su mirada alrededor suyo y entonces apareció cerca del coro un féretro, en el cual reposaba el cuerpo de un difunto reciente, y le dijo el Pon– tífice: -Ved alli las reliquias. Traédmelas acá. Los asistentes le respondieron que no eran reliquias de ningún santo. Mas el Papa se dirigió la féretro, descubrió el cadáver, el cual estaba incorrupto, y despedía de sí suavísima fragancia. Por la mañana, el Cardenal que habia tenido aquella visión, se dirigió a San Juan de Letrán. Allí encontró a los comisionados de Padua para la canización. ·Les contó lo que había visto en el sueño. Lleno de emoción, les dijo que aquello había sido un aviso del cielo. Esto influyó grandemente en los demás Carde– nales que se oponian a la canonización. Luego, comprobada la autenticidad de los milagros y aumentand'o las peticiones del pueblo, al fin se llegó a la unanimidad de pareceres y se designó la canonización para fecha próxima. Era la fiesta de Pentecostés, 30 de mayo de 1232. El Papa se hallaba con su corte en Spole- 218
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