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la magnifica basílica donde descansan los restos mortales de nuestro Santo tan querido de Padua. El sepulcro continuó siendo visitado desde el mismo día del entierro. En especial, las visitas se le hacían los martes, por ser el dia de la semana en que tuvo lugar la traslación del cuerpo del siervo de Dios a Santa Maria. Los milagros alli obrados se fueron repitiendo, día tras día, de una manera inesperada. Eran tantos los mila– gros, que apenas había transcurrido un mes, después de la muerte del Santo, cuando ya el Clero y el pueblo de Padua pedían con insisten– cia que fuera canonizado. El Obispo de Padua, Jacobo Conrado, tam– bién pensó sobre ello y le parecía una cosa muy natural aquella petición, por ser tantos los mila– gros obrados por intercesión del Siervo de Dios. Por eso inició el Proceso de Canonización y mandó examinar, con todo rigor, los milagros que se atribuían al presunto Santo. Terminado el Proceso Diocesano fue enviado al Papa Gregario IX. Este reunió a los Carde– nales, y después de consultar con ellos, nombró una comisión, a la cual se le encargó examinara detenidamente los milagros hasta dar un juicio certero de ellos. Esta comisión estaba integrada por Conrado, Obispo de Padua, por los Abades 216
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